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SEGUNDA
Guerra Mundial |
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Universidad
de antioquia Escuela
Interamericana de bibliotecología |
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El Día
"D" |
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Durante más de
dos años, los aliados estuvieron preparando sus fuerzas para abrir brecha en
la Europa fortificada de Hitler. Los preparativos fueron masivos y detallados.
Más de dos millones de hombres esperaban en Inglaterra, que se había
convertido en un vasto arsenal de guerra. El día 6 de junio de 1944 dio
comienzo la invasión con una flota de casi cinco mil barcos que se dirigía a
establecer una cabeza de playa de 96 kilómetros de largo, en las costas de
Normandía. Los alemanes,
que esperaban la invasión aliada en el Paso de Calais por ser la ruta más
corta para llegar a Alemania, fueron sorprendidos y debieron asimilar
rápidamente el impacto. Las costas de Normandía no disponían de una adecuada
fortificación y para colmo se hallaban bajo el radio de acción de la RAF. Si
bien el servicio secreto alemán sabía desde enero los detalles de la hora y
lugar de desembarco, el Estado Mayor Alemán no confiaba plenamente en
los informes de sus agentes secretos. Solamente Hitler tenía la intuición de
que el desembarco se efectuaría en las costas de Normandía. Sin embargo, esta
vez se dejó convencer por sus generales que apoyaban la idea de un desembarco
en el Paso de Calais. Este hecho demuestra que en el tramo final de la guerra
Hitler ya no tenía una confianza ciega en sus propias intuiciones y las
derrotas en el frente oriental habían minado no sólo su físico sino
también su autoestima. La aureola de seguridad que lo había acompañado toda su vida ya sea como soldado o como Fuhrer del pueblo alemán se transformó con el pasar de los años en un manto de dudas y sospechas que sólo sirvieron para acelerar la hecatombe final de su querida Alemania. Para recibir la
invasión aliada y defender los 960 kilómetros de costa, desde Holanda a
España, los alemanes disponían de 60 divisiones a cargo del Mariscal Von
Rundstedt. Estas divisiones se distribuían en dos grupos, el cuerpo de
ejército B, mandado por el Mariscal Rommel y el cuerpo de ejército G al mando
del general Von Blaskowitz. Las duras discrepancias tácticas entre Rundstedt y Rommel favorecieron la invasión aliada. Mientras Rundstedt prefería esperar a los aliados en la retaguardia para proteger a sus divisiones blindadas de los ataques de la RAF. Rommel, por el contrario, estaba convencido que la invasión debía ser frenada en las propias playas dándole mucha importancia a las primeras 24 horas de batalla. Hitler apoyó la idea de Rommel, ordenando que los aliados fueran arrojados al mar tan pronto como desembarcaran. |
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Las primeras
oleadas de la invasión estuvieron a cargo de paracaidistas y tropas
aerotransportadas que cayeron sobre Francia el mismo de 6 de junio. La misión
de estos grupos consistía en romper las líneas de comunicaciones enemigas y
crear confusión y desconcierto en las tropas de Rommel apostadas en las
playas. Durante la noche, dos mil aviones aliados atacaron las posiciones,
instalaciones y comunicaciones alemanas, y al amanecer se inició el bombardeo
naval con artillería y cohetes contra las fuerzas que defendían las playas.
Las tropas de asalto desembarcaron en cinco playas llamadas Utah, Omaha,
Gold, Juno y Sword. En algunos
puntos el desembarco fue un paseo pero en Omaha y Juno tuvieron lugar sangrientas
batallas. El día D le ocasionó a los aliados unas once mil bajas, bastante
menos de lo que se había previsto. La destrucción de las carreteras y
ferrocarriles junto al sabotaje de la resistencia francesa fueron elementos
decisivos a la hora de inclinar la balanza en favor de los aliados. La enorme
superioridad de la aviación aliada le impedía a los alemanes transportar sus
refuerzos dejando a sus tropas totalmente desabastecidas. En tal estado de
cosas, los planes iniciales de Rommel, en el sentido de arrojar a los
aliados al mar, resultaban impracticables y ningún contraataque alemán fue lo
suficientemente poderoso como para frenar el avance del enemigo. Al cabo de
cinco días, los aliados tenían en las costas de Francia más de un millón de
soldados, 16 divisiones completas y 170.000 vehículos blindados. A partir de ahí
el avance anglo-americano fue irresistible, no obstante lo cual, Hitler
ordenó a sus generales que no retrocedieran un metro de terreno bajo la
promesa de que estrenaría sus famosas armas secretas. Se trataban de las
bombas voladoras V-1 que eran un avión a propulsión sin piloto que podía
alcanzar los 640 kilómetros por hora en un radio de acción de 400 kilómetros. Estas bombas
estaban guiadas por una brújula magnética que les permitía lograr un cierto
grado de precisión en sus objetivos. |
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Durante el
verano de 1944, los alemanes lanzaron contra Inglaterra un promedio de 100
bombas voladoras diarias aunque sólo una tercera parte de ellas lograron atravesar
el cinturón de defensa inglés compuesto de aviones de caza, artillería
antiaérea y barreras de globos cautivos. Las V-1 ocasionaron graves daños en
Londres y provocaron más de seis mil muertes pero no socavaron la moral del
pueblo inglés firmemente apoyada en la figura de un anciano excepcional
llamado Winston Churchill. Posteriormente entraron en acción las V-2, un
cohete supersónico que descendía sobre Inglaterra a una velocidad de 6400
kilómetros por hora. A diferencia de las V-1, estos cohetes no se podían ver
ni escuchar lo que aumentaba su poder de eficacia. En total se dispararon
1.300 V-2 que ocasionaron 2.700 muertes en Londres. Increíblemente Hitler no
envió sus V-1 contra los puntos de partida de la invasión aliada, en las
playas mismas, donde podían haber causado estragos e incluso impedido la
invasión. Por alguna razón Hitler prefirió utilizarlas contra Londres quizás
con el objetivo de desmoralizar al pueblo inglés. Sus cálculos subestimaron
una vez más la capacidad de un hombre como Winston Churchill, que desde la
radio, el parlamento o caminando por las calles en ruinas de Londres,
infundía a su pueblo un valor que era infinitamente superior al poder
destructivo de las V-1 y V-2 alemanas. Luego Churchill diría que las armas de
la venganza fueron derrotadas por la fortaleza de un pueblo, que por segunda
vez en esa guerra, con su conducta dio un ejemplo del mayor orgullo. Debió
agregar que él fue el artífice de dicha fortaleza moral y orgullo en un país
cuya clase gobernante era la misma que había claudicado pasivamente a las
pretensiones de Hitler con Chamberlain a la cabeza. |
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Universidad de Antioquia
Escuela Interamericana de
Bibliotecología
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